La planta abunda en los descampados, al borde de los caminos y en los solares incultos; también en el paisaje de mi infancia. Tuve la suerte de vivir en el extrarradio y de pertenecer a un tiempo en que los niños jugábamos impunemente en la calle. Mi planta predilecta siempre estaba allí: la recuerdo junto con el olor de las manzanas de verdad, las ortigas en las piernas con pantalón corto, el río no contaminado, los grillos, las moras, las rodillas desolladas y la ropa manchada de verde, de tanto restregarnos por el suelo. Y colonias de Hierba Carmín creciendo por doquier, saludables y orgullosas, como nosotros. Como nosotros entonces.
Ya ves que mi fascinación por la planta viene de antiguo. Nosotros le llamábamos “los venenos”, título rotundo y que encierra gran parte de verdad. La Hierba Carmín (phytolacca americana) es muy contradictoria: te cura o te envenena, te alimenta o te intoxica, según la dosis. O según cómo la manipules. Por ejemplo, si la vas a comer cuécela en cuatro aguas mínimo. Hablo de las hojas o los tallos tiernos, las raíces ni lo sueñes y los frutos tampoco. Lo mejor es que elijas otra verdura, a no ser que estés perdido en la montaña y forzado a sobrevivir. Fuera de la supervivencia, ¿por qué exponerte?
Es que la Hierba Carmín te hechiza. Sus frutos del tamaño del enebro te tientan al final del verano: "soy carnoso como las cerezas y mi jugo hace palidecer al vino"
Su aspecto es majestuoso. Ya promete en estadio de plántula y no decepciona luego. Cuando asomaba la nariz siendo un simple brote ya despertaba admiración. Llegará muy alto, decían. Y muy lejos. Ciertamente. La Hierba Carmín alcanza tu altura, o más, si la dejas a su libre albedrío. Y de mantenerla a raya, olvídate. Con un solo átomo de raíz en el suelo es capaz de renacer, aunque la cortes, aunque la aplastes. Aunque una manada de búfalos se revuelque sobre ella. Dale un día o dos y verás como rebrota. Es una planta genial.
Se ha usado para teñir la ropa. Esta es otra especialidad notable de nuestra planta, la tintorera. Como curiosidad te diré que se agregaba al vino para darle color. Supongo que de manera fraudulenta, en todo caso tal práctica se ha abandonado. Si la manipulas en su madurez raro será que no te explote alguna baya entre los dedos. Extráele el zumo y observa el arco iris en tu piel: del carmín al negro pasando por todos los tonos del púrpura. Te hechiza.
Antes de alcanzar tal plenitud las bolitas de intenso carmín eran verdes, apretadas, divididas en gajos y sin zumo; y, aún antes, livianas florecillas de pétalos como hélices suspendidas del racimo (pues así crecen, arracimadas). Al final de su ciclo los tallos suculentos se endurecen y crían en el interior una médula blanca y esponjosa. Las hojas, tersas hasta ese momento, cambian de semblante: se arrugan como algas al sol adquiriendo progresivamente un tono tostado, como tabaco. Por último se quiebran entre tus dedos, se pulverizan. Pero no te engañes: siguen bajo tierra para brotar en la estación propicia.
Hoy me he encontrado con unos retoños de Hierba Carmín. Me he encontrado, digo bien, pues ha sido un reencuentro tras una larga temporada sin vernos. Y ha ocurrido en un punto singular, a la orilla de una huerta urbana enclavada entre edificios. O al revés, los bloques -horrendos- han crecido al lado de la huerta, antigua pobladora del lugar. La han rodeado dándole la espalda y así aparece ahora como un lago entre montañas, montañas de ladrillo, en este caso. Asombroso. Una huerta impecable, como un oasis en un desierto de chatarra. Y bordeada por colonias primaverales de Hierba Carmín: ahora sé que los venenos la inspiran y la protegen.
Enhorabuena por tu blog. Aunque debo avisarte, esto crea adicción. Tu verás...!!!
ResponderEliminarMe gusta el nombre, y lo que escribes. Este texto es muy interesante.
Iré al más literario y te seguiré, no lo dudes,
mi queridisimo amigo.
Besos.